Vida y muerte: hacia una ideología transhumanista

El hombre pasó no solo a operar sobre el mundo, sino también a operar sobre sí mismo y su
naturaleza en busca de controlar su evolución y superar su propia finitud.


Durante mucho tiempo la vida ha sido vista como una creación divina, pero actualmente se está
replanteando y reinterpretando como una forma de expresión artística con infinitas oportunidades. Si bien la revolución científica moderna alteró el entorno que rodea al hombre, la revolución biotecnológica posmoderna ha abierto la posibilidad de modificar la esencia misma de la naturaleza humana.


Friedrich Nietzsche (1844-1900) en su tiempo escribió: “incluso medido en el metro de los antiguos griegos, todo nuestro ser moderno, en cuanto no es debilidad sino poder y conciencia del poder, se presenta como pura hybris [orgullo sacrílego] e impiedad […] Hybris es hoy toda nuestra actitud con respecto a la
naturaleza, nuestra violentación de la misma con ayuda de las máquinas y de la tan irreflexiva inventiva delos técnicos e ingenieros […]”.

Partiendo de esta idea planteada por Nietzsche, la recuperación del yo no tendría lugar apelando a una alteridad metafísica o incluso a la fuerza de la razón pura, sino a través de la técnica que, en la era postmoderna, ha asumido el disfraz de una diosa.
Si bien el ser humano es el resultado de complejas interacciones neuronales que dan lugar a fenómenos como la razón, la emoción, la imaginación y la espiritualidad, la posmodernidad ha transformado las relaciones personales en relaciones funcionales, disminuyendo el valor afectivo y práctico de los vínculos
sociales. En este contexto, surge la ideología transhumanista, misma que plantea un nuevo enfoque de la biología, la naturaleza y la tecnología, basado en la idea de que el ser humano no es el producto final de la evolución, sino solo el comienzo. El transhumanismo busca utilizar los avances científicos y tecnológicos para mejorar las capacidades físicas y cognitivas del ser humano, así como superar aspectos considerados
negativos como la enfermedad y el envejecimiento, en busca de una posible transformación posthumana.

Mientras los humanistas defienden la importancia del ser humano individual, el pensamiento racional, la libertad, la tolerancia y la democracia, los transhumanistas comparten estas ideas y añaden énfasis en lo que el ser humano podría llegar a ser. Según esta visión, en un futuro no muy lejano la tecnología transformará a la humanidad. Se vislumbra la posibilidad de rediseñar la condición humana para evitar el
envejecimiento y las limitaciones intelectuales. Quienes apoyan esta ideología defienden el derecho moral de utilizar tecnología para expandir capacidades físicas e intelectuales y tener más control sobre sus vidas.

Aspiran a un crecimiento personal más allá de las limitaciones biológicas presentes. El transhumanismo busca superar al ser humano tal y como lo conocemos, anhelando la inmortalidad en la Tierra mediante las
herramientas que la ciencia y la tecnología brinden en las próximas décadas.
Según la filósofa y bioeticista española Elena Postigo, la propia definición de Transhumanismo plantea ya una serie de preguntas fundamentales: ¿Qué entendemos por mejora (valorización) de la especie humana? ¿Dónde está el límite entre la terapia y la mejoría? ¿Cuándo es normal un hombre y cuándo no? ¿Se establece el criterio de normalidad sobre la base de normas físicas y estadísticas sobre el número de seres
humanos que la poseen?


Impulsar las habilidades físicas y mentales de las personas con el fin de mejorar su calidad de vida es un objetivo admirable y valioso. No obstante, comenzar a plantear la idea de eliminar aspectos no deseados como el envejecimiento o incluso la muerte, se vuelve complicado y plantea estas y muchas otras interrogantes.


La perspectiva de vivir eternamente o sin ningún límite puede resultar atractiva y fascinante en el corto plazo. Sin embargo, para el filósofo francés Jean Michel Besnier, es esencial aceptar nuestra finitud y asumir nuestras debilidades como requisito fundamental para preservar la humanidad.

El también francés y escritor Frédéric Beigbeder, en su novela Una vida sin fin, afirma perentoriamente:
«La muerte es cosa de personas perezosas, solo los fatalistas pueden creerla inevitable (…) La humanidad lo ha conquistado todo: los océanos más profundos, las montañas más inaccesibles, incluso la Luna y Marte.

Ha llegado el momento de que la medicina analice la muerte. Luego trabajaremos para encontrar un lugar para toda la población viva. El catolicismo reza por la vida eterna: quiero la vida eterna sin ser rezado…».

Las palabras de Beigbeder sugieren que lo que se ve socavado por la perspectiva transhumanista no es la muerte misma, sino su estatus ontológico y su papel simbólico. La muerte se vacía de significado no sólo desde el punto de vista sociológico, sino también desde el punto de vista objetivo, ya que su insensatez natural es ontológicamente proclamada. La persona moribunda es considerada un perdedor. La muerte no sólo debe ser exorcizada, sino enfrentada y, en todo caso, superada en beneficio de una vida infinita. La muerte ciertamente no es la esencia del ser humano, sino ciertamente una condición constitutiva que crea angustia y miedo si no se acepta como la transición natural a una vida cualitativamente diferente. Estamos
hechos para la eternidad o más bien para la inmortalidad y ésta “no nace del rechazo de la realidad biológica, sino de su reconocimiento, no de la ceguera a la muerte, sino de su aceptación lúcida”.

La tarea primordial del ser humano es mejorar su vida, fortalecerla y protegerla. Sin embargo, decidir buscar una prolongación infinita de la vida, incluso en un entorno en el que el cuerpo ya no se considera como una
simple envoltura desechable, es falta de respeto hacia la dignidad de la estructura individual formada por la conciencia y el cuerpo. Aceptar la limitación y vulnerabilidad absoluta implica aceptar el misterio intangible del tiempo en el que cada persona está inmersa y actúa.


La cuestión del transhumanismo necesita ser considerada desde una perspectiva ontológica personalista, reflexionando sobre nuevos dilemas y ofreciendo respuestas éticas que equilibren lo persistente y lo cambiante en sintonía con los tiempos actuales. Para abordar estos temas complejos, se requiere un enfoque
interdisciplinario y un método triangular que permita analizar cada aspecto desde diferentes perspectivas.


Además, es importante tener una bioética que esté abierta al horizonte teológico y que se base en la
recuperación y desarrollo de una metafísica del ser humano que también esté abierta a la Trascendencia.