Pepe Mujica, el guerrillero que llegó a ser presidente de Uruguay y marcó a toda Latinoamérica

Vestido con un viejo jogging azul y una campera desgastada, el guardia salió de una construcción de hormigón que no era más grande que un ómnibus, con ventanas chiquitas y ubicada a escasos metros de la entrada a la chacra de Rincón del Cerro.“Venimos a hacerle una entrevista al expresidente”, dijo uno de nosotros, y él, con una sonrisa austera, pidió unos minutos. No demoró ni 10 segundos y nos dijo que pasáramos. 

Dentro de lo que oficiaba de garita de seguridad, de camisa verde manchada con algo que parecía ser aceite, con los pantalones arremangados hasta la pantorrilla y sentado en una silla, estaba quien había sido el jefe de Estado latinoamericano más famoso del mundo, al que habían comparado con un rockstar, quien había inspirado decenas de libros y sus correspondientes traducciones, al que Kusturica le había hecho una película, y quien en Uruguay, puertas adentro, había sido —y aún era— celebrado y resistido.

Allí estaba José Mujica, el de la regulación del aborto y la marihuana, el de la fallida planta regasificadora de Gas Sayago y el trunco proyecto Aratirí, el del Plan Juntos y la UTEC (Universidad Tecnológica), el de la escandalosa liquidación de Pluna y también el del matrimonio igualitario. El guerrillero devenido en demócrata que, al principio subestimado por la oposición, logró ganar con amplio margen las elecciones de 2009 y movió los hilos de la política uruguaya hasta sus útimas horas con destreza singular, generando amor y desamor — más simpatía que antipatía, según una encuesta del 2023—, pero nunca indiferencia.

Era octubre de 2020, plena pandemia, y ahí estaba Mujica, con las piernas bien abiertas, casi formando 180 grados. “Lo único que les voy a pedir es que no le digan a Lucía que ando fumando”, nos dijo mostrando un cigarrillo armado, y así rompió el hielo. Fue ameno. Solía serlo en este tipo de instancias. En la hora y media restante de esta, la penúltima entrevista que le dio a El País —la última fue en noviembre de 2024, a una semana del balotaje—, el entonces exmandatario hablaría de varios temas: su gobierno, la derrota del Frente Amplio en 2019, la irrupción de Cabildo Abierto en el mapa político nacional, Gas Sayago, la regulación de la marihuana, la renovación de la izquierda, Yamandú Orsi —a quien llevó de la mano hasta el poder— y Carolina Cosse —a quien le soltó la mano tras su derrota en las internas de 2019. También se referiría a su renuncia al Parlamento, la que sucedería tres días después de la publicación del reportaje y en la que hablaría de la importancia de no generar una “grieta” entre uruguayos. De todas maneras, durante la charla con El País, diría a su manera que su relación con el presidente Luis Lacalle Pou no era buena, porque eran de “estamentos distintos”.

Las contradicciones serían el leitmotiv de su carrera política. En su juventud danzó entre el anarquismo y el herrerismo, luego fue guerrillero y después llegó al poder apegándose a las reglas de la democracia, a la que definió como uno de los grandes “inventos” de la humanidad, pese a sus “imperfecciones”. Por eso, a la hora de recordar a Mujica la cosa no se pondrá fácil, porque no hay uno solo. Son muchos, y a veces contradictorios.