El oficio de comunicar suele ser asociado con las luces. De hecho, desde hace mucho tiempo ciertas ínfulas de artistas suelen tipificar a la inmensa mayoría de quienes nos dedicamos al referido oficio.
Pero ese podría ser tema de otro escrito. Esta vez abordaré algunas sombras asociadas con el tema.
De entrada, algo debe quedar claro.
Aunque sobra quien confunde “comunicar” con “decir”, en sus concepciones y con sus actuaciones, es muy útil tener en cuenta que la comunicación es una serie de procesos dinámicos que implican “creación, transmisión, recepción e interpretación de mensajes… …con influencia del contexto y la relación entre los participantes” (DeVito, 2016).
Ocurre, entonces, que la revolución digital ha transformado radicalmente la manera en que las personas decimos comunicarnos. Las nuevas tecnologías, incluyendo las redes sociales, las aplicaciones de mensajería instantánea, las plataformas de videoconferencia y un largo etcétera de facilidades vinculadas a la denominada Inteligencia Artificial han abierto las puertas a una inusitada aceleración en las interacciones entre las personas.
Y ese factor marca un punto esencial en la comunicación humana. Reputados estudiosos se han tomado el trabajo de explicar los complejos procesos que necesitamos agotar los humanos para realmente comunicarnos. De entrada, la percepción de la realidad por parte del cerebro humano es un proceso complejo y multifacético que implica: recepción sensorial, transmisión neuronal, procesamiento primario, integración y organización, asociación y reconocimiento, y finalmente interpretación y evaluación.
Solo cuando cada una de las personas expuestas a determinados estímulos (con forma de mensajes) agota ese proceso se abre una puerta clave para que exista comunicación: en-ten-der. Si ese proceso no ocurre, si falta una sola de esas etapas, lo que sucede no debe ser llamado comunicación.
Eso es lo que explica que tanta gente tenga serias limitaciones para entenderse con las personas sordomudas (recepción sensorial). Por eso, el consumo de ciertas sustancias produce efectos que pueden ir desde alucinantes hasta mejora de los reflejos (transmisión neuronal).
Ver, diferente a observar, como oír, diferente a escuchar, nos dan cierta idea de las diferencias entre el procesamiento primario y el secundario. Con el primero podemos percibir que algo está caliente. Con el segundo podemos asumir que, aun así, podemos tocarlo. Es que el procesamiento secundario implica integración y organización. “El procesamiento secundario en áreas asociativas integra información de diferentes modalidades sensoriales” (Goldstein, 2018).
¿Cuántas veces nos ha ocurrido que vemos a alguien, pero no recordamos quién es? Es que “el reconocimiento de patrones involucra la comparación con memorias almacenadas en el cerebro” (Eysenck & Keane, 2015). Y todavía más: “la asignación de significado es un proceso dinámico influenciado por la memoria y el contexto” (Baddeley, Eysenck, & Anderson, 2020). Por eso, desde que esa persona nos refiere algo sobre trabajo, algún lugar, un conocido común, una ocasión memorable, entre otras “pistas”, “se hace la luz”. Así funciona nuestro cerebro.
Pero falta más. Para tomar cualquier decisión, nuestro cerebro necesita a-na-li-zar. Y eso implica interpretar y evaluar antes de tomar la decisión, a menos que se trate del tristemente famoso “dale pa’llá” (actuación emocional). “La toma de decisiones se basa en la evaluación de la información sensorial y su relevancia para el individuo” (Kahneman, 2011).
De manera que, estimados amigos, todos esos artefactos, aplicaciones, trucos, estrategias, equipos de última generación y hasta mañas tienen una valiosa ayuda en dos situaciones: factor sorpresa y alta velocidad (que terminan resumiéndose en una: ese deseo generalizado de querer todo –principalmente las respuestas- para “de una vez”).
Ya sabemos que, gracias a las redes, mucha gente se ha reencontrado y hasta conseguido el “amor de su vida”. También hay muchas historias que han terminado muy mal. Ya sabemos que hoy tenemos gran facilidad para hacer saber. Pero regularmente no nos tomamos el trabajo de buscar lo que puede estar detrás de lo que nos llega, y hay quienes hasta “lo tiran pa’lante” igualito, además de gente que le agrega “su chin”.
La tecnología ayuda, y mucho. Pero, entre tantas luces y sombras, la comunicación humana precisa de cerebros que, además de entender, a la velocidad que cada quien logre desarrollar, se ocupen de cada fase del proceso de comunicar.