Infancias exprés

No es novedad que la sociedad, sus ritmos y tendencias acaben formateando nuestro modo de vida, el cómo vamos significando la realidad y las relaciones que establecemos con nuestro entorno. Se trata de una sintonía que actualmente posee un ritmo vertiginoso, estamos en la era de la inmediatez, donde el tiempo escasea y el agotamiento abunda. Un contexto bastante hostil para transitar la niñez, en medio de un mundo de adultos cansados y con prisa, frente a la sobrexposición a las pantallas y a estímulos para los que aún no se poseen los recursos necesarios de procesamiento. Esta es la realidad de nuestras infancias, la alarmante novedad.

Y es que la infancia se está acortando y con ella el tiempo lúdico, el pensamiento mágico y la capacidad creativa que en ese momento de la vida es clave para un correcto desarrollo de funciones cognitivas y capital emocional. Un fenómeno que entraña sus riesgos, ya que el quemar etapas expone al sujeto a una vida adulta infantilizada. Esto tiene que ver con una insuficiente maduración de ciertos aspectos emocionales que, puestos a prueba en momentos de crisis de etapas posteriores, confrontan al sujeto con la fragilidad de haber transitado fallidamente una fase de su vida. Y en esto mucho tiene que ver la mirada adultomorfista que dirigimos a nuestros niños, ese empecinamiento por ver pequeños adultos donde solo hay seres en desarrollo intentando aprender de nuestros gestos, imitando a esos adultos cansados, sin paciencia y sin tiempo que muchas veces resultamos para nuestros niños.

El niño quiere jugar a ser mayor, desea ser mayor, se disfraza con la ropa de sus adultos de referencia, y eso responde a la idealización que se hace del adulto y su mundo, pero es necesario poder respetar los tiempos de maduración emocional y relacional, es función del cuidado y del velar por un desarrollo saludable de la infancia. El poder jugar a ser adultos induce una preparación desde el campo simbólico, desde el fantaseo, permite ponerse de a poco en ese lugar, pero ¿qué pasa cuando no se accede a este espacio de tránsito?

Hoy en día es bastante frecuente ver por las redes sociales la insistencia de la hipersexualización de la infancia, niñas maquilladas, con ropa de mujer o niños igualmente expuestos a músicas y estímulos inadecuados para su nivel de maduración. Prácticas que nos corresponde cuestionar como sociedad a fin de crear conciencia sobre un impacto real en nuestras infancias: su fragilización y sobreadaptación. 

En este punto es importante diferenciar entre autonomía y sobreadaptación, ya que, si bien es importante apoyar tempranamente una autonomía acorde a las capacidades y recursos del niño, no se los debe sobrecargar con responsabilidades para las cuales no están preparados ya que en ese caso estaríamos frente a la sobreadaptación, es decir: un mecanismo de defensa que implica un exceso de adaptación, muchas veces por sometimiento o temor a perder un lugar o el afecto.

Una respuesta que nos permite reflexionar sobre este fenómeno del acortamiento de la infancia, tal vez como un movimiento de funcionalidad de nuestros niños para con una sociedad cada vez más indisponible para el tiempo de la niñez. Sin lugar a duda, el significado social de la niñez ha tomado matices de época, nos cabe cuestionarnos como sociedad el ver en nuestros niños a pequeños adultos, pequeños consumidores o, por fin, a seres en desarrollo, sujetos de derecho que merecen toda nuestra atención y responsabilidad en su proceso de tornarse adultos a su tiempo.

Concluyendo la reflexión, rescato a Ignacio Martín-Baró, un autor que nos hablaba del trauma psicosocial del niño salvadoreño y la profunda herida que cargaban estos niños expuestos a conflictos armados, escases y debiendo asumir roles adultos. Llamaba especialmente la atención al impacto que de por vida se carga al momento de asumir un rol en la vida adulta, momento en el que el sujeto no puede acceder a esquemas internos, porque esos esquemas vieron interrumpida su construcción por la falta de un sostén adecuado. Se trata de un trabajo que muestra los efectos extremos de la sobreadaptación infantil. 

Una invitación a plantearnos la función continente que como sociedad estamos convocados a construir y que debemos sostener como pilar innegociable, considerando que se trata de un capital para la vida de nuestros niños ypara su bienestar subjetivo presente y futuro.