Generación Sándwich

Entre la presión de la crianza de los hijos y el acompañar y sostener el envejecimiento de los padres. Una de las maneras más gráficas de ilustrar la mediana edad y sus desafíos, esa etapa que transcurre entre los 40 y los 60años y que trae aparejados una serie de cambios internos que vale la pena registrar a fin de lidiar un poco mejor con ese momento del ciclo vital. Un ejercicio de resiliencia para mantener los límites y no desbordarse como queso fundido. Metáfora culinaria acorde al popular nombre que recibe este intervalo de la vida: generación sándwich.

Una fase en la que se conjugan presiones de todo tipo, el actualizarse a los cambios vertiginosos de una sociedad cada vez más tecnológica y el sondear las exigencias de los diversos relojes que aparecen a lo largo de nuestra existencia. Y es que sí, hay varios relojes, más allá del tiempo normativo.

En algún momento del transcurrir advertimos la presencia de un reloj biológico, ese que nos dice que el cuerpo ya no es el mismo, el que impone límites naturales a actos como la procreación, por citar el ejemplo que tal vez resulta más nítido como para entender de qué va ese tal “reloj biológico”. Una temporalidad que comúnmente se combina con la del “reloj social”, em mi opinión, quizá el más tirano. Es ese reloj que viene impuesto en la mirada del contexto, ese que dicta la “edad para” o que cruelmente se arroga el juicio de marcarnos que “ya no se tiene edad para ciertas cosas”. De ese reloj se sufre mucho, es un tiempo que involucra los ideales de la sociedad que se habita y que establece “lo deseable”, llegando a amenazar en muchos casos el bienestar emocional.

Ese reloj se encarna, moldea la actitud, el pensamiento y el sentimiento. Es realmente notorio cuando muchas veces en consulta se escucha un sujeto convencido de estar acabado, entregado a la desesperanza de sentirse sin tiempo, despojado de todo intento por conseguir sus deseos, simplemente por resignarse a la idea de que, si las cosas no se han hecho a una edad, ya no podrán hacerse. Una presión que posee un doble estándar, siendo afectada con mayor frecuencia la población femenina. Sí, aún en estas épocas. 

Y es que todo depende de la sociedad que se trate. En nuestra realidad latinoamericana aún es bastante frecuenteel prejuicio por la edad, un hecho sobre el que vale la pena reflexionar. Máxime si se transita esta etapa, la flor de la vida, como la llaman algunos teóricos. Es realmente un momento en el que las reglas del juego pueden reformularse y los límites serán muy necesarios en esa tarea, si es que se pretende salir fortalecido y no “fundido”. 

El hecho de que esta etapa de la vida se caracterice por momentos de profunda introspección y de balance, nos otorga la oportunidad de hacer contar el tiempo a nuestro favor. Incluso si ya no se cuenta con “todo el tiempo por delante”, como en la primera juventud, en donde no existe aún ese apremio por no dejar cosas pendientes, entre tantas otras características subjetivas que emergen con el paso de los años.

Y es que justamente este es uno de los fenómenos que se da en el plano psicológico en la mediana edad: la percepción de la inversión de la línea del tiempo. Se pasa a vivir en función de lo que resta… vaya apremio entre tanta responsabilidad que atender. De allí la importancia de no ceder a prejuicios. Recuerdo con especial conmoción el sentir de una consultante en esta fase de la vida, convencida de ya no tener oportunidades de encontrar el amor y, consecuentemente con ese convencimiento, reducida a una inacción que la empujaba a esa profecía cumplida del reloj social: “ya con más de 30 y sola quedaré para vestir santos”. Un dolor confrontado a fuerza de esperanza y de deseo, pero que me dejó el registro indeleble del daño que puede generar el mandato social.

Confrontar, deconstruir y desafiar, tareas esenciales que vale la pena encarar en cualquier momento porque es verdad que “nunca es tarde”. Siempre será mejor convivir con la satisfacción que trae el intentar, con independencia del resultado, que con las dudas que acarrea el no hacerlo y vivir pensando qué hubiese pasado si se hubiese hecho el esfuerzo. Movimientos que aportan bienestar y que cobran un papel vital en ese tránsito por la mediana edad y sus vicisitudes. 

Resulta clave que, además, se pueda tomar conciencia de los propios límites a fin de no caer en la ilusión de poder resolverlo todo. Es siempre aconsejable el distribuir y delegar actividades y responsabilidades. Una manera de que los pancitos del sándwich se tornen más amenos y no una prensa que comprometa la salud física y emocional. Poder pedir ayuda debe ser siempre una opción válida cuando la presión se torna insoportable, lo mismo que no instalarse en roles protagónicos de asumir toda la presión intrafamiliar. 

¡Atención que este consejo vale para todos los ámbitos! Y como siempre me gusta ilustrarlo con el saber popular que nos regalan los dichos, recordemos este: “hazte fama y échate a dormir”. Atentos con hacerse la fama de poderlo todo y agotarse en el intento ante las demandas del contexto. Velar por el propio bienestar debería ser la prioridad máxima. Ayudar sin desayudarse es la clave, siempre.