Los grandes desplazamientos humanos que presenciamos actualmente nos confrontan a una realidad que muchas veces queda solapada y silenciada tras los debates políticos y sociales que se gestan frente a la masividad de este fenómeno sin precedentes y las lamentables reacciones de discriminación y xenofobia de las que nos anotician los medios. Me refiero al drama colectivo y subjetivo de duelar la patria, el hogar, una porción de la identidad que queda suspendida muchas veces en la promesa del retorno, sobre todo en los casos en los que la partida se impone como un movimiento de supervivencia para salvaguardar la propia vida.
Se trata de un aspecto ineludible, más allá del motivo que promueva la partida, y es que el trabajo de duelo por lo dejado se impone tarde o temprano ante la pérdida masiva de objetos, seres queridos y referentes simbólicos que hacen a la identidad. Aspectos que muchas veces quedan desmentidos en la fantasía, bastante común, por cierto, de que el desplazarse solucionará mágicamente la situación económica o emocional. Un pensamiento que sucumbe ante un oportuno análisis de realidad: “al final seré el mismo, pero con palmeras de fondo”, de ese modo lo ilustraba cierta vez un consultante frente al ejercicio de reflexionar si esa travesía compensaría el costo psíquico que implica la migración.
Es un análisis que en la mayoría de los casos no tiene lugar, justamente por la urgencia que impone el propinarse condiciones mínimas y dignas de subsistencia. En todo caso, lo que nos convoca es visibilizar las formas que puede tomar ese impacto emocional del migrar, a fin de ampliar la comprensión de lo que se puede estar sintiendo en primera persona, o bien poder registrar el padecimiento silencioso de aquellos sobre quienes muchas veces recae la marginación e incluso criminalización por su pertenencia a un colectivo extranjero.
Y es que, si “partir es morir un poco”, tal como lo evoca el dicho, no es muy difícil imaginar el impacto emocional que puede acarrear la invisibilización de un padecimiento que abarca un amplio espectro de síntomas y manifestaciones que hacen al trabajo de adaptación, sobreadaptación la mayoría de las veces. Y con lo dicho no se trata de patologizar la migración, ni adicionar estresores, simplemente comprender que hay un costo subjetivo, que la inquietud y la ansiedad podrán aparecer como correlatos del migrar. Que los sentimientos de despersonalización y episodios confusionales podrán tener lugar y que es importante abordar estas manifestaciones para poder reconducir la vida a la nueva realidad que se habita.
En este sentido que, a fin de dar respuesta a las demandas específicas de este colectivo en materia de salud mental,actualmente en Europa están surgiendo proyectos de capacitación en psicología de la migración, algunos de ellos cofinanciados por la Unión Europea, como por ejemplo el proyecto “Mentes Migrantes”. Apuestas que dan cuenta de la necesidad creciente y urgente de formar y capacitar a profesionales comprometidos con la tarea de paliar el padecimiento que inscribe las migraciones en el psiquismo, máxime aquellas de carácter traumático, como lo son los desplazamientos por conflictos bélicos o los que son producto del tráfico humano. Emergentes de condiciones desiguales de existencia en donde el número, la cifra estadística, vela el drama singular de aquellos que sostenidos en la esperanza de una mejor vida se enfrentan posteriormente a las complejidades inherentes a todo desplazamiento.
Ya en los casos en los que puede existir la posibilidad de una evaluación de la elección de migrar, y la vida no está amenazada, es aconsejable que pueda realizarse un análisis pormenorizado de las motivaciones, los recursos y la disponibilidad emocional con la que se cuenta para hacer frente a un proyecto tan ambicioso como lo es el recomenzar la vida en otro sitio. Se trata de una sugerencia muy importante que cobra el sentido de una estrategia de cuidado primario del bienestar emocional, de la propia integridad y de poder tomar acción con responsabilidad y plena conciencia.
Evaluar los costos y beneficios, los “apremios” de los cuales muchas veces se pretende “huir”, comprender el sentido y poder elaborar los conflictos más allá de toda ubicación geográfica, ya que muchas veces lo que “apremia” responde más bien a conflictos no tramitados que se cargan como una maleta y que, por lo tanto, serán susceptibles de repetirse se esté donde se esté.
En estas circunstancias no se puede perder de vista que se viaja con uno mismo y que “huir” no resolverá, muy por lo contrario, probablemente complejice la problemática. Ya Gardel lo evocaba en su célebre tango Volver, “el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar”, y es lo que muchas veces presenciamos en consulta: el andar, el transcurrir, detenido por el síntoma, la inhibición y la angustia. De allí la importancia de comprender estas complejidades y darles espacio, entidad en la palabra y en la elaboración como sociedad. Intención que se cumple en esta reflexión que ojalá prospere en el sendero de generar consciencia de una problemática que nos convoca a todos.