Año nuevo, vida nueva y… ¿procrastinación?

Año nuevo, promesas y desafíos nuevos. Todos conocemos el viejo ritual del balance de fin de año, las metas por concretar como revancha por las que han quedado pendientes, es una espiral que permanece en nuestro imaginario y que estructura el mandato social de la “eficacia” y el “éxito”. Pero… ¿qué sucede a lo largo del año con todos estos deseos que cada 1 de enero parecen ser el combustible que dispara nuestro ánimo e impulso vital? ¿cuál es la alquimia que acaba transformando nuestros pensamientos positivos, creatividad y puesta en acción de esos objetivos en un cúmulo de frustración que acaba por convertirse en una pesada carga? ¿por qué sucede esto? 

Preguntas como estas son las que con mayor frecuencia encuentro en mi consulta y que en gran medida nos llevan a pensar en la necesidad de plantearnos objetivos realistas para nuestras aspiraciones, o sea: metas alcanzables que no pongan en jaque el bienestar emocional. Se trata, incluso, de un factor protector al momento de interactuar con nuestro contexto y con la saturación de promesas idílicas que plagan las redes sociales y que, si no son tomadas con precaución, pueden hasta comprometer otros aspectos como la seguridad financiera e incluso la salud. ¿Quién no ha escuchado a gurúes del desarrollo personal garantizando que comenzando el día a las 5 am “ganarás” horas para tener una “mentalidad millonaria” o un nuevo “mindset”? Pues bien, la motivación es necesaria, pero como reza el dicho “no por mucho madrugar amanece más temprano”, y es con esa saturación de objetivos poco realistas que tenemos que estar atentos para no tropezar con la frustración e incluso con un compromiso somático, pues vaya deuda de sueño que enfrentaría quien se someta acríticamente a restar horas de descanso manteniendo o incluso aumentando las exigencias. 

Nuestro cuerpo necesita aproximadamente 7 horas de sueño para alcanzar un óptimo balance que garantice un buen funcionamiento orgánico y cognitivo. Es un ciclo que permite que funciones como la atención, la memoria y el pensamiento puedan dar cuenta de las exigencias cotidianas, al mismo tiempo que permite una depuración del exceso de estímulos que recibimos a diario. Cuidar nuestro bienestar emocional es, a largo plazo, la mejor inversión que podemos hacer y es en ese sentido que más bien se trataría de resignificar nuestras ideas de “éxito” o “fracaso”, en el fondo tan relativas y singulares como una huella dactilar. 

Ya Freud nos advertía al respecto al afirmar que existen “los que triunfan al fracasar” y “los que fracasan al triunfar”. Paradoja que solo el profundo trabajo con nuestra historia familiar podrá ayudar a comprender frente al repetido acto de tropezar siempre con la misma piedra, año tras año, cuando la procrastinación se carga los objetivos que habíamos soñado y que muchas veces ni se empiezan por temor al fracaso… ¿o al éxito? Se tratará de descubrir el sentido personal que para cada uno cobra ese tropiezo, esa dilación, esa espera, y de qué van las piedras que se nos van presentando… ¿o que vamos buscando? 

Si por ejemplo nos ponemos objetivos “inalcanzables” para la realidad de nuestros recursos o de nuestro ciclo vital… ¿la piedra se nos presentó o de algún modo quedó facilitado el tropiezo?  

A veces la piedra es una simple arenilla, pero nuestra realidad emocional nos hace ver montañas, o enemigos donde solo hay molinos de viento, sino recordemos al Quijote en su empecinada lucha contra estructuras inertes. En todo caso, es importante rescatar que el “fracaso” en si mismo es una construcción, en realidad el fracaso es información, si no fracasamos no podemos comprender por dónde es realmente el sendero de nuestros deseos. Una vez leí por ahí que “para encontrar el camino es necesario perderse”, una sabiduría popular que siempre rescato al hacer estas reflexiones, ya que el éxito se trataría de seguir intentando, de trillar el territorio a pesar de las contingencias y de sostener el impulso vital por sobre todo y seguir en el sendero de la pulsión de vida.

Transcurso que se facilita cuando resignificamos nuestra idea de éxito, fracaso, y al desarrollar una actitud compasiva y empática con nosotros mismos, después de todo es en nuestra propia compañía que vamos andando el sendero de la vida. Cimentar un acuerdo y ampliar nuestra capacidad reflexiva es lo que nos previene de transformarnos en nuestra propia piedra o molino de viento, la autocrítica cuando es despiadada se torna insoportable, simplemente porque no podemos huir de nosotros mismos. De allí que construir nuestro bienestar emocional va de poder generar un mundo interno que sea placentero de habitar, y de que podamos reconocer en nosotros mismos nuestro abrigo, abrazo y principal confidente. Solo cuando estas condiciones están dadas es que podemos perfilarnos hacia un año “exitoso” y con metas coherentes con nuestra disponibilidad afectiva. De allí que haya elegido este tema para abrir el año en este espacio de diálogo, deseando que este 2024 nos torne más empáticos, reflexivos y conscientes de la importancia de cuidar nuestro bienestar emocional. ¡Chin, chin!