El sentido de la Navidad  

La celebración y sentido de la Navidad que tenemos en el mundo occidental nos lleva a pensar en la osadía del Creador de entregarnos a su Hijo para hacernos sus hijos, y esta realidad la expresamos en agradecimiento por el regalo de amor, de paz, alegría y felicidad resumido en la persona de Jesús.  

El Evangelio de Juan lo expresa von las siguientes palabras: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:1-3, 14). Realmente si Cristo no hubiese nacido en este mundo las cosas serían más difíciles de manejar en todos los sentidos. 

El maestro de Nazaret es el Verbo de Dios en ambos sentidos: refleja la mente de Dios y pone de manifiesto lo que es Dios al hombre. Fue más que un genio religioso, un maestro de virtud, que divulgó el amor de Dios de la forma más vívida, manifestando solidaridad con los necesitados y excluidos sociales.  

Jesús fue más que un aldeano judío de proceder lejano, el cual   no merece una fiesta tan colorida, lumínica, estruendosa y universal como la que casi toda la humanidad le dedica cada diciembre; lo paradójico es que tanto su nacimiento como su muerte no llenaron las expectativas de una persona que se consideraba «rey de los judíos».  

La encarnación es valiosa para nuestro análisis de muchas maneras. En ella descubrimos a un Dios que nos ama tanto que vino a la tierra y tomó forma humana por nuestro beneficio, motivándose personalmente a renunciar a su vida para pagar por un precio que trasciende lo temporal y lo eterno.   

El tiempo de Adviento es de esperanza, fe, amor, un espacio para sentir a ese Cristo que vive las mismas bellezas y penurias humanas de su carne; aquel que comparte risas y tristezas, que siente en el pecho las decepciones, que se enoja, se rebela, se emociona, se excita, duda y se contradice.   

Es un maestro que reacciona sin reflexión desde la indignación, como cuando echó a los mercaderes del templo; que ama, prioriza lo humano, lo personal, por encima del trabajo.   

Su manifestación de hombre-Dios debe llenarnos de sabiduría, paciencia y determinación para enfrentar los retos del 2024, y guiarnos hacia el camino de la colaboración mutua, dejando a un lado el orgullo para pensar en la familia, empresa que todos necesitamos para avanzar y ser mejores servidores.  

Necesitamos la presencia constante del Dios-hombre, en un mundo cada vez más convulsionado, en medio de tantas mentes perturbadas, corazones angustiados, separaciones de familias, guerras por doquier, brotes epidémicos, corrupción moral, carencia económica, intolerancia, opresión, degradación de seres humanos, empobrecimiento material y espiritual, desprecio a la dignidad de   seres creados a imagen y semejanza de Dios.

Creo que, a pesar de todos estos males, es el deber de seguir avivando la esperanza, la ilusión, los buenos deseos que florecen y se hace manifiesto la buena voluntad de muchos, que celebran la fiesta del nacimiento de Jesús el Salvador.

 El llamado es hacia la devoción, el fortalecimiento de la hermandad y la voluntad a la benevolencia y la caridad. Un llamado al trabajo con propósito, con esperanza, con ilusión, con los buenos deseos de celebrar la buena noticia, un tiempo para recordar el nacimiento de Jesús, aquel a quien también conocían como «el hijo del carpintero». El verdadero sentido de la navidad.