Los Robespierre de la vida

En la historia universal existen personajes icónicos, que sirven de ejemplo para cosas buenas y otros para cosas no tan buenas para decirlo de esa manera. Si me dicen de un personaje que representa el comportamiento de muchas personas cuando son líderes opositores llena de nobles causas, llegan a una posición privilegiada, el mejor personaje de referencia para ellos es Maxiliem Robespierre.

Robespierre, destacado personaje de la Revolución Francesa fue líder de los jacobinos, combatió el absolutismo monárquico y los derechos humanos, por sus posiciones se ganó la fama de un hombre íntegro que le valió el apodo de “el Incorruptible”. Luego de la proclamación de la República Francesa y ser elegido diputado de la Convención Nacional, empezó a usar su reputación y poder para expulsar a los girondinos y tener control del gobierno.

En dicho control de gobierno, Robespierre procedió a eliminar a todos aquellos a los que consideraba enemigos de la revolución, mediante el uso de la guillotina donde no se salvaron ni sus antiguos aliados estableciendo un régimen basado en el terror, bajo un propósito de restablecer el orden, donde acumulo todo el poder en tan poco tiempo en su efímero y dantesco lapso de gobierno conocido como “El Terror”, donde el Incorruptible se convirtió en tirano, para luego ser ejecutado por la misma guillotina que usó contra sus contrincantes en julio de 1794.
En el accionar de muchos con las actitudes y aptitudes de Robespierre, consiste en crear confusiones de conceptos de derecho y paz o justicia a su manera, que en palabras de Carl Schmitt “son esgrimidos políticamente para obstaculizar un pensamiento político claro, legitimar las propias aspiraciones políticas y descalificar o desmoralizar el enemigo”, todo ello para ganar adeptos a costas de destruir a otros.

Son expertos en transformar en polarizar la sociedad en un discurso de los buenos y malos, donde convierten a los adversarios en enemigos dando la luz verde para los Robespierre de tener la justificación moral de eliminar a los que considera enemigos.

La historia de Robespierre se repite en distintas épocas y en otros países como Nicaragua o Cuba, donde revolucionarios que emitían propuestas llenas de buenas intenciones, pero cuando llegan a su objetivo cumplen la frase de Hannah Arendt de que “el revolucionario más radical se convertirá en un conservador el día después de la revolución” en plenitud, tanto así que se convierten en lo que era su antítesis.

Mientras más paladines de la verdad procuren ser esos individuos y colectivos, su pseudo-moralismo saldrá a flote cuando tengan la mínima cuota de poder, todo lo que una ocasión consideraban que era incorrecto, lo justificaran a cualquier costo, en especial buscando culpables ajenos a ellos, siempre buscando la forma de defender la bajeza de sus medios bajo una supuesta nobleza de sus intenciones.
Al final, todos los Robespierre de la vida terminan enfrentándose a quienes, después de aplaudirlos, finalmente abren los ojos ante sus actos. Llega entonces el momento de rendir cuentas, cuando esa verdad absoluta, que parecía inquebrantable como un gigante, deja al descubierto sus pies de barro, evidenciando que sus intereses personales siempre estuvieron disfrazados de bien colectivo.

Con el paso del tiempo, todo comentario en su contra será considerado por ellos como parte de una campaña de desprestigio, aunque hayan dado sobradas razones para recibir críticas negativas. Poco a poco, quedarán aislados, enfrentando su propia guillotina, que, a diferencia de la del Incorruptible, será el colapso de la reputación que construyeron mientras destruían a personas y grupos en su camino. Así, terminan convirtiéndose en aquello que tanto criticaban en el pasado. Así son los Robespierre de la vida.