Los paradigmas modernos que regulan el vínculo entre el hombre y el conjunto de la naturaleza han contribuido al desarrollo de distintos modos del ser humano interpretar la vida y su accionar perjudicando desenfrenadamente al medio ambiente. Comprender las preocupaciones ambientales desde un ecologismo integral requiere del reconocimiento de la raíz humana de la crisis ecológica global que estamos enfrentando y del papel crucial que juega la tecnocracia, la tecnología, el antropocentrismo y su concepción ética y moral, la tesis ambientalista, el personalismo, la ética dialógica y la ética neoaristotélica.
Para el ecologismo consolidado el pasado siglo y para la ecología integral introducida por el Papa Francisco la pasada década, solucionar esta compleja crisis ambiental requiere de saber abordar sus causas subyacentes. Tomando esto en cuenta, las ramas de la crisis ecológica son múltiples y se pueden analizar desde el punto de vista filosófico, sociológico, histórico, etc., por lo que debemos reconocer la existencia de una raíz compartida en nuestras preocupaciones socioambientales más apremiantes que se remonta a los albores de la civilización.
En la lucha histórica por identificar los límites de lo permisible de la intervención humana en el curso de la naturaleza ha existido una consideración sacrosanta acorde con las tendencias manifiestas de la ecología integral. Esta tendencia atribuye a la naturaleza un valor intrínseco, tanto a nivel individual como a los ecosistemas, rechazando la doctrina antropocéntrica y su intento de alterar el medio ambiente con aras a mejorar nuestra propia condición como especie. Muy contario al antropocentrismo, la tesis ambientalista, en su versión más radical, defiende el carácter intocable de la naturaleza.
Muchos autores consideran que las verdaderas raíces de la crisis ecológica son fundamentalmente filosóficas, argumentando que la dicotomía humano-naturaleza moderna emerge de cierta visión del mundo físico y de la relación de la humanidad con él, remontándose a las tradiciones filosóficas griegas de Aristóteles, las mitologías judeocristianas y a tres de las ideas de René Descartes (1596-1650): el antropocentrismo, la concepción mecanicista del mundo natural y el dualismo metafísico entre la humanidad y el resto del mundo físico. Descartes consideraba que la naturaleza no humana es sin sentido, sin vida y sin agente, un objeto sin alma que puede ser instrumentalmente controlado, manipulado y dominado para satisfacer nuestras necesidades: este dualismo es de carácter metafísico y aleja a los seres humanos del resto de la naturaleza.
Tomando en cuenta la raíz filosófica que se plantea, la causa quizás primordial de la crisis ecológica global es de índole ético. Esto es debido al expansionismo de la razón instrumental que busca el dominio racionalista de la naturaleza desde la ciencia y la técnica, junto a un ritmo de crecimiento industrial y de urbanización cada vez más acelerado que da lugar a cambios medioambientales sin precedentes que trascienden los límites planetarios y amenazan el espacio operativo del hombre.
El Papa Francisco en su Carta Encíclica de 2015, Laudato Si’, dedica un capítulo a la ecología integral y resalta la raíz humana de la crisis ecológica desde el punto de vista teológico y filosófico, apuntando a un desarrollo de tipo sostenible, afirmando: “La humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico nos pone en una encrucijada” (n. 102), y “el mundo contemporáneo, aparentemente conexo, experimenta una creciente y sostenida fragmentación social que pone en riesgo «todo fundamento de la vida social», lo que «termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses»” (n. 229), refiriéndose a cómo la visión estrictamente técnica del conjunto de la naturaleza y la intervención del hombre sobre la vida en general, vegetal y animal, y sobre la humana en especial, han dominado notablemente, teniendo como consecuencia una dramática crisis ambiental que ocurre bajo circunstancias que exigen una ética y política de responsabilidad en un escenario donde se multiplican los derechos y se desvanecen los deberes individuales y a nivel de especie.
Para el discurso en acción de Laudato Si’, la raíz humana de la crisis ecológica global surge tras la búsqueda de autocomprensión del hombre como punto central del interés por la realidad y la naturaleza, alimentando esa voluntad a través de la generalización del paradigma tecnocrático, la absolutización y exaltación de la tecnología sin límites éticos desde el relativismo práctico absoluto. Esto significa que en la raíz de todo ello puede determinarse un modelo de progreso que se apoya en el exceso de antropocentrismo que considera al hombre separado de la naturaleza, por tanto, destinado a dominarla y, en efecto, amenazando con la destrucción de la casa común y un desastre ecológico como resultado. Para el Papa Francisco la naturaleza, a su vez, ha sido reducida a una mera suma de recursos y parámetros cuantificables de forma utilitarista y funcional, derivando a la denominada lógica de “usar y tirar” que justifica todo tipo de descarte ante la valoración de la diversidad de procesos y entidades biológicas.
A pesar de los fundamentos en las reflexiones de Laudato Si’, muchos consideran que esta encíclica carece de especificaciones en cuanto a la modificación de la naturaleza por el hombre con fines útiles se refiere, acentuando que su interpretación puede resultar problemática puesto que afirma que toda acción del hombre sobre el medio ambiente lo modifica, controla y domina, homologando todo el accionar cultural e histórico de la humanidad y afirmando que esta visión contribuye a escindir nuestras sociedades y la naturaleza. Algunos expresan que en la encíclica existe un vacío discursivo sobre el capitalismo y otros resaltan que puede poner en duda el de los esfuerzos de la ciencia y la técnica dedicadas a aportar alternativas para un desarrollo sostenible y una tecnociencia con diseño ontológico.
Si bien el enfoque holístico de Laudato Si’ y su ecología integral desafían muchos de los supuestos de la cosmovisión moderna, es posible que esta no satisfaga el llamado a una visión filosófica general de la realidad. La radicalidad de la tesis ambientalista es insostenible, pues la vida humana no sería posible sin algún grado de intervención permisible en el curso de la naturaleza. Sin embrago, una versión menos radical es la que establece la distinción entre modificar y destruir la naturaleza, en contra de las acciones humanas cuyas consecuencias, intencionalmente o no, sea la destrucción del hábitat natural.
A pesar de que la enseñanza papal no deja lugar para el negacionismo que existe en algunos elementos de la sociedad y dentro de la misma Iglesia, hay que destacar un aspecto significativo de la encíclica que es su enfoque integrado en los problemas comunes de la justicia social y ambiental, expresando: “Es esencial buscar soluciones integrales que consideren las interacciones dentro de los propios sistemas naturales y con los sistemas sociales. No nos enfrentamos a dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino más bien a una crisis compleja que es a la vez social y ambiental. Las estrategias para una solución exigen un enfoque integrado para combatir la pobreza, restaurar la dignidad de los excluidos y, al mismo tiempo, proteger la naturaleza” (no. 139).
Considerando la visión filosófica del origen de la crisis ambiental y de las reflexiones del Papa Francisco en Laudato Si’, podemos afirmar que la crisis ecológica global es una crisis de planteamiento ético del ser humano ante los avances técnicos-científicos, la naturaleza y demás seres vivos. Dicho esto, la pretensión de racionalidad universal y el reconocimiento de la magnificencia completa de la biósfera puede limitar el expansionismo de la cultura antropocéntrica dominante y el neoliberalismo capitalista y su noción de libertad del ser.
Al igual que el planteamiento filosófico, la ética feminista y la ética ecológica afirman que la solución a la crisis debe orientarse a las raíces culturales del problema buscando un alcance de relación satisfactoria entre el hombre, el progreso técnico-científico y los valores éticos, estableciendo armonía entre la razón instrumental y la razón ecológica, alejándose de los radicalismos. Sin embrago, considero que determinar la responsabilidad de las consecuencias directas o indirectas de las actividades humanas colectivas sobre el medio ambiente resulta problemático, ya que mientras unos buscan el origen del problema solo en las responsabilidades del ethos tradicional de todas las formas de vida, otros se enfocan en la ética kantina, es decir, en la moral como elemento racional.
Dentro de las dimensiones de la crisis ecológica siguen siendo muchos los temas que generan reflexiones específicas sobre el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el agotamiento de los recursos naturales y su la relación con la ciencia y la política, siendo estas responsables del origen de la crisis ecológica por el uso indiscriminado de la ciencia por parte de los poderes económicos. Aunque la ciencia desempeña un papel decisivo en el desarrollo de perspectivas que podrían encaminarnos hacia una gestión racional de la crisis ecológica, también el enfoque de una ecología puramente científica resulta ser insuficiente.
Una vez determinado que existe una raíz humana de planteamiento ético en la crisis ecológica global, así como que la cuestión fundamental que nos compete es el futuro ambiental y de la humanidad basado en una ecología integral, podemos replantearnos el principio de responsabilidad formulado por el filósofo alemán Hans Jonas a finales de la década de 1970, principio que desde una perspectiva ecologista hace un llamado a “actuar de manera tal que los efectos de nuestros actos sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana en la Tierra”. Si retomamos esta idea, debemos concebir una sociedad contemporánea que adopte y promueva la sostenibilidad ambiental a largo plazo, tanto desde la ética dialógica como desde el personalismo, el respeto de los derechos humanos y el trato igualitario para todas las personas desde una adecuada antropología y ética de la salud. Esta concepción debe abarcar las futuras generaciones en el ámbito de los principios de responsabilidad y solidaridad para una gestión equitativa de la crisis ecológica.
A pesar de los múltiples discursos y acuerdos públicos y políticos sobre desarrollo sostenible, todavía faltan respuestas fundamentales, como si esta crisis socioecológica fuera todavía demasiado abstracta y menos urgente para la humanidad. ¿Todavía tenemos el tiempo suficiente y, en particular, el coraje moral para contrarrestarla?
Doctor en Medicina.
Máster en Bioética por la Universidad Católica San Antonio de Murcia, España.